Hace
unos días publicábamos algunos datos sobre la procesión de rogativas a la que
acudieron los Siervos con la imagen de su Dolorosa en 1800 debido a la epidemia
de fiebre amarilla, que posteriormente tuvo varios rebrotes epidémicos —en
1804, 1819 y 1820—, aunque ya con menor virulencia.
Pero a
lo largo de esa centuria nuestro país conocerá cuatro epidemias de cólera entre
los años: 1833-1834, 1853-1855, 1865 y 1885 y que dejarán un saldo de casi
800.000 muertos en toda España.
Las que afectará mayormente a nuestra población será la acaecida a mitad del
siglo.
La
referencias a los estragos de vidas humanas, sociales y económicos que esta
enfermedad causó en el desarrollo de la vida cotidiana de los hermanos
terciarios en los libros de Actas de la Orden es muy lacónica o simplemente se
limitan a un mero "por los dolorosos tiempos que trascurre".
De
todos estos brotes el que afectó con mayor gravedad a los hermanos de la Orden tercera será el que se desarrolló en
nuestro país entre 1853/55. De entre las enfermedades epidémicas decimonónicas,
el cólera asiático destacó por el impacto emocional que causaba en la
población, dado que por sus efectos ninguna otra enfermedad podía ser comparada
con el cólera, pues aunque solo era letal aproximadamente en la mitad de los
enfermos que se contagiaban, estos morían en pocas horas, de manera fulminante
y degradante (vómitos y diarreas).
Gracias
a una crónica escrita por el entonces Hermano Mayor de la Caridad de nuestra
población, Don Manuel Aguilar Tablada tenemos una descripción pormenorizada de
lo acontecido. Su
informe se basa en la necesidad de dejar constancia de los acontecimientos: lamentado
la falta de noticias que se advierten en los archivos públicos de aquellos
hechos memorables que, favorables o adversos, dejan una profunda huella en la
memoria de los pueblos... porque las grandes desgracias de los pueblos así
como sus escasas alegrías deben consignarse en sus archivos para instrucción de
los venideros.
Este escrito fue
elaborado tres años después de los acontecimientos narrados -en 1858- y en el que el justifica
este lapso de tiempo: He aguardado tanto
tiempo porque escribiendo bajo la impresión primera acaso me habría dejado
llevar a la exageración si exageración podía caber al describir la terrible
catástrofe.
Aún pervivía el
recuerdo en Sevilla del terrible brote de cólera de 1833 - entre los meses de
octubre y noviembre afectó a la cuarta parte de su población y fallecieron más
de 6000 mil persona, el 7% de la población-, razón por la que al tener noticia
de la expansión de un nuevo brote en
1853 algunas familias huyeron de la capital y de los pueblos comarcanos,
continúa Aguilar: "aunque no observaron previa cuarentena ni ninguna otra precaución
a su entrada, no por eso se notó el más mínimo cambio en la salud pública pues
algunos casos rarísimos que se notaron en el término y aun en la ciudad fueron
de personas inmediatamente venidas de los puntos contagiados y que venían ya
infestadas". Aún así el Ayuntamiento tomó pocas medidas en esta
ocasión quizás porque la anterior había afectado levemente a esta ciudad a
pesar de que la población pidió "tumultuariamente
la adopción de todas las medidas que su terror les sugería para aislar
completamente a Carmona del resto de la provincia".
Hasta septiembre de
1855 Carmona se vio libre de los terribles efectos que en los pueblos vecinos
se habían producido; el 18 de ese mes tras unas copiosas tormentas se
desarrolló virulentamente la epidemia, dándose los primeros casos en la
madrugada y en la que la gente acudió a casa del médico don José Acuña - fue
Hermano Mayor de nuestra Orden-. Se
habían producido dos focos infecciosos en la Casa de huérfanas y en la Santa
Caridad, a partir de ese momento, nos describe el caos y la angustia: unos corriendo a bandadas a las boticas que
no podían dar abasto, otros 40 o 50 corriendo con los médicos y casi riñendo
por llevárselos primero, otros cargando los útiles más precisos en carros,
bestias o lo que encontraban y abandonando sus intereses huían desalentados con
sus familias de la ciudad proscrita. Todos en fin con el sello de la muerte
marcado en sus semblantes y tan profundamente afectados que ni una lágrima ni
un lamento se permitían, silencio que continuó en los días siguientes y era, en
verdad, aterrador, pues no dejaba oír más que el ruido sordo de los carros que
constantemente atravesaban la ciudad en todas direcciones colmados de cadáveres
para trasportarlos primero al cementerio público y después y a poco, lleno
éste, a las horribles zanjas improvisadas".
Como vemos, el relato
contado en primera persona y después de varios años no hizo que la imagen del
horror se borrara de la mente del redactor. En la pequeña feligresía del
Salvador nuestra Parroquia, una docena de calles y de las menos pobladas,
fallecieron en una semana 62 personas. En total en el casco antiguo 713
personas y en el Arrabal 673. Se pudieron contabilizar 1.386 enterrados en el
cementerio, pues otros sus parientes le dieron sepulturas en el campo o en
zanjas). Fallecieron la mayoría de las niñas del Orfanato, los ancianos de la
Caridad y un buen número de las monjas de las Descalzas. Casi el 13% de la
población murió entre el 18 al 26 de septiembre.
Las Actas de cabildos hasta
marzo de 1855, no dejan entrever la amenaza. De ellas se desprende que la vida de la V.O.T
continuó con normalidad ajena a la epidemia que asolaba algunas poblaciones:
nombramientos de nuevos cargos, para el
del Corrector el sacerdote Don Juan Tamariz y Hermano Mayor Don Juan José
Sanjuan -en sustitución del dimisionario Don Antonio Méndez- ; sub Priora Doña
Carlota Quintanilla, que en unión de sus hermanos Dolores y Juan donaron un
valioso "alfiler de brillantes" a la Virgen; se estudió la situación
del altar por la caída de un rayo en el crucero del Salvador y el traslado de
los cultos a Santa María.
Tras lo acaecido en la
última semana de septiembre de 1885 y algunos casos más que se produjeron
semanas más tarde, la Orden se reunió en Cabildo General extraordinario en 25
de noviembre, donde el Hermano Mayor: "manifestó...que en la calamitosa y
aflictivas circunstancias del cólera qe sufrió esta Ciudad, habían muerto
quince hermanos por los que era indispensable hacer sufragio: propuso dicho Sr.
¿si convendría hacer honras , más en vista a tener cuales dijo no había fondos
algunos y a parecer de varios hermanos que el sufragio más eficaz y saludable
es el sacrificio de la misa, se acordó que el hermano mayor hiciera aplicar por
los mencionados difu. las misas que pudiera hasta invertir la cantidad de
quinientos reales, cuando el estado de fondos lo permita."
Debemos tener en cuenta
que por diferentes apuntes que el Cabildo estaba compuesto por una treintena de
varones, aunque desconocemos el número de mujeres no debió ser muy superior.
Esta pérdida de hermanos debió tener una fuerte carga emocional pues no ya por
el número significativo de pérdidas,
sino porque en su mayor parte los servitas pertenecían a un reducido
número de familias con lo cual todos estaban unidos por lazos consanguíneos.
El fallecimiento de estos quince hermanos suponían un revés para
la economía pues se le ofrecían a los hermanos difuntos un buen número de misas
a cargo de la limosna de ingreso, también otras oraciones fúnebres cuyo coste
asumía la Orden previo pago de los aranceles parroquiales -debían ser altos
pues eran de "tres capas", cada sacerdote acudía al entierro
revestido de capa pluvial, sobrepelliz y estola. Doblar las campanas tenía
también un gravamen parroquial.
El panorama que dejó este ataque de cólera debió ser calamitoso,
razón por la que despertó la solidaridad en una sociedad poco dada a ello: la caridad pública no fue invocada en
vano y abasteció de todo lo necesario a las juntas parroquiales; nuestro
hermano don Miguel Lasso de la Vega, Marqués de las Torres, ofreció a la junta de Santa María carta blanca para
gastar; y el señor don Tomás López García adoptó además doce niñas párvulas y
huérfanas.
Fuentes:
- A.M.C. INFORME
SOBRE EL CÓLERA MORBO EN CARMONA .ACTAS CAPITULARES Libro 258
- A.V.O.T.S. Libro de acuerdos del V.O.T. de S. año 1851.
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