La figura de San Felipe quizás sea la más
ilustre al ser considerado como el más ardiente propagador de la Orden y de su
espiritualidad.
Nació en Florencia el 15 de agosto de 1233, fecha en el que toma
origen la unión de nuestros siete santos Padres. Pertenecía a las nobles
familias Benizi y Frescobaldi de Florencia.
A los trece
años, fue enviado a París a estudiar medicina. De París pasó a Padua, donde a
los diecinueve años obtuvo el grado de doctor en medicina y filosofía. A su
vuelta a Florencia, empezó a deliberar acerca de su futuro. Durante un año se dedicó al ejercicio de su
profesión y empleaba el tiempo libre en el estudio de la Sagrada Escritura y de
los Padres. También oraba frecuentemente ante un crucifijo de la iglesia
abacial de Fiésole y ante una imagen de la Anunciación en la capilla de los
servitas de Caraffaggio, en las afueras de Florencia, para obtener la luz del
cielo sobre su vocación.
Los servitas
tenían su principal convento en Monte Senario, a diez kilómetros de Florencia,
donde vivían en celdas muy pequeñas, al estilo de los ermitaños camaldulenses,
tenían todas sus propiedades en común, y profesaban obediencia a San Bonfilio
Monaldi. El jueves de Pascua de 1254, Felipe se hallaba orando en Fiésole,
cuando le pareció oír que el crucifijo le decía: “Ve a la colina en que habitan
los siervos de mi Madre; así cumplirás la voluntad de mi Padre”. Reflexionando
sobre esas palabras, Felipe asistió a la misa en la capilla de Caraffaggio. La
frase que el Espíritu Santo inspiró al diácono Felipe citada en la epístola del
día le impresionó profundamente: “Ve y acércate a ese carruaje”. Felipe vio en
esas palabras dirigidas a su homónimo una invitación a ponerse bajo la
protección de la Santísima Virgen en la Orden de los Servitas.
Felipe pidió la
admisión en Monte Senario y recibió de manos de San Bonfilio el hábito de
hermano lego. Al ingresar en la orden, declaró: “Quiero ser el siervo de los
siervos de María”. Los superiores le dedicaron a trabajar en el huerto y a
pedir limosna y le emplearon también en los más duros trabajos del campo. El
santo se entregó a ello en cuerpo y alma.
En 1258 fue
enviado al convento de Siena. En el camino intervino brillantemente en una
discusión sobre ciertos puntos controvertidos; las gentes que se hallaban
presentes, entre las que se contaban dos frailes dominicos y el hermano Víctor,
que acompañaban al santo, quedaron atónitas de su sabiduría. Pronto llegó la
cosa a oídos del prior general, quien examinó a fondo a Felipe, le mandó que
recibiese la ordenación sacerdotal y, ante aquel mandato formal, ya no pudo
resistirse.
En 1262, fue nombrado maestro de
novicios del convento de Siena y vicario asistente del prior general. En 1267,
se reunió en Caraffaggio el capítulo general de la orden; San Maneto renunció
entonces al cargo de prior general y Felipe fue elegido unánimemente para
sustiuirle a pesar de sus protestas.
San Felipe codificó las regla y
constituciones de la orden, y el capítulo general de Pistoia aprobó su trabajo
en 1268. En esa ocasión, el santo quería renunciar a su cargo pero se decidió a
permanecer en su puesto hasta que sus hermanos eligiesen a otro para
sustituirle Nunca se encontró al sustituto y el santo fue así prior general
hasta el fin de su vida.
A la muerte de Clemente IV, corrió
el rumor de que el cardenal Ottobuon protector de los servitas, había propuesto
a San Felipe para suceder al Sumo Pontífice y que la proposición había sido
bien acogida. En cuanto la noticia llegó a sus oídos, huyó a una cueva de las
montañas de Radicofani;
En 1274, Gregorio X le llamó al
segundo concilio de Lyon. Felipe impresionó profundamente a la asamblea, y los
presentes le atribuyeron el don de lenguas; sin embargo, toda su fama no fue
suficiente para obtener la aprobación pontificia para la Orden de los Siervos
de María.
En 1279, el Papa Nicolás III dio
facultades especiales al cardenal latino para que tratase de negociar la paz
entre los güelfos (partidarios del Papa) y los gibelinos (partidarios del
emperador) que formaban dos bandos irreconciliables. Este pidió ayuda a San
Felipe Benizi, que obró verdaderos milagros en la pacificación de enemigos que
estaban a punto de lanzarse los unos sobre los otros en Pistoia y otras
ciudades. En Forli, donde los sediciosos le habían insultado y golpeado al
principio, acabó por obtener éxito. Peregrino Laziosi, el cabecilla de los
rebeldes que había dado la orden de golpear a San Felipe, se postró a sus pies
a pedirle perdón; la conversión de Laziosi fue tan sincera, que el santo le
recibió en la orden de los servitas, en Siena, en 1283, y Benedicto XIV le
canonizó en 1726.
En 1284, San Alejo Falconieri puso
bajo la dirección de San Felipe Benizi a su sobrina Santa Juliana, la cual
fundó la tercera orden de las Siervas de María. El santo se encargó también de
enviar a los primeros misioneros servitas al oriente; algunos de ellos llegaron
hasta la Tartaria y derramaron ahí su sangre por Cristo.
Cuando
comprendió que se acercaba la hora de su muerte, en el año 1285, San Felipe
decidió ir a visitar al nuevo Papa Honorio IV, quien se hallaba en Perugia. El
santo reunió en Florencia un capítulo general en el que anunció su próxima
muerte y dejó el gobierno de la congregación en manos del P. Lotaringo. Antes
de partir, dijo a sus hermanos: “¡Amaos los unos a los otros! ¡Amaos los unos a
los otros! ¡Amaos los unos a los otros!” Después se retiró al convento más
pequeño y más pobre de la orden, en Todi, donde la población le recibió en
triunfo. En cuanto pudo apartarse de la multitud, fue a postrarse ante el altar
de Nuestra Señora y afirmó con gran convicción: “Este es el sitio de mi
descanso. El día de la Asunción pronunció un sermón conmovedor sobre las
glorias de María. A las tres de la tarde de ese mismo día, cayó gravemente
enfermo. Inmediatamente reunió a toda la comunidad y habló de nuevo sobre la
caridad fraterna: “Amaos los unos a los otros, trataos con reverencia y
soportaos con paciencia”. Una semana después, entró en agonía. Tras de pedir
que le diesen su “libro”, que era el crucifijo, el santo lo contempló con gran
devoción y falleció a la hora del “Angelus” vespertino. Su canonización tuvo
lugar en 1761. Su fiesta fue extendida a toda la Iglesia occidental en 1694.
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