La fiesta del 15 de septiembre.
El culto a la Mater
dolorosa en la Orden de los Siervos
puede rastrearse hasta en la Leyenda de
Origine Ordinis del siglo XIII; “Declaro,
entre otras cosas [el beato Pedro de Verona] que este hábito que ahora llevan
los frailes de nuestra Orden, habrían decidido portarlo siempre para manifestar
la humildad de la misma Virgen María y para presentar claramente el dolor que
Ella sufrió en la tan amarga pasión de su Hijo” (52: Monumenta OSM, I, p. 98).
A dos frailes Predicadores que preguntaron a San Felipe Benicio a qué Orden
pertenecía el hábito que portaban él y fray Víctor, su compañero de viaje, el
Santo respondió: “Nos llamamos Siervos
de la Virgen gloriosa, de la cual llevamos el hábito de su viudez” (Legenda beati Philippi, 8: Monumenta OSM,
II, p. 71).
Este devoción
especial que contemplaba a la Virgen María dolorosa, se acrecentó considerablemente durante los
siglos XVII-XIX. En este período un hecho particularmente significativo y rico
por sus consecuencias cultuales, fue la promulgación del decreto Cum sacrorum
(9 de agosto 1692), con el cual la S. Congregación de los Ritos, con la
aprobación de Inocencio XII, bajo petición del Prior General, fr. Juan
Francisco M. Poggi (1690-1702), reconocía a la Dolorosa como “titular y patrona
de la Orden” y la devoción a los siete dolores de la Virgen como “devoción que
pertenece a la Orden mencionada, como su principal característica”. El decreto
constituía el punto culminante de un largo proceso en el cual varias
expresiones de piedad hacia la Virgen Dolorosa – tanto litúrgicas como
populares – habían surgido y estaban ya fuertemente arraigadas; pero fue
también estímulo y punto di inicio para la creación de otros ejercicios
piadosos en honor a la Reina de los mártires.
Aunque los dolores de María
aparecen en las Sagradas Escrituras y la reflexión sobre ellos se remonta a la
época patrística, esta devoción sólo ha tenido un desarrollo litúrgico en
Occidente. En Oriente sólo los Católicos Rutenos tienen una fiesta de la Madre
Dolorosa el Viernes posterior a la Octava del Corpus Christi[i], aunque en la
iglesia bizantina el recuerdo de la Dolorosa está muy presente en el oficio del
Viernes Santo y todos los miércoles y jueves del año, en que se conmemora el
sacrificio del Calvario de una manera especial, se reza una antífona mariana
llamada staurotheotókion, que canta a María al pie de la Cruz – más información
en http://liturgia.mforos.com/1699092/8780044-nuestra-senora-la-virgen-de-los-dolores-15-de-septiembre/-
El origen de esta fiesta de septiembre fijada como única por la Iglesia en 1969 para conmemorar los dolores de la Virgen
asociada a la Obra redentora de Cristo, se encuentra en la celebración que cada
tercer domingo de mes celebraban los hermanos de escapulario de las Ordenes
Terceras Servitas. A principios del siglo XVII
aparece la celebración de septiembre como la más importante, dedicándose
todo el mes a la contemplación de los Dolores; el Papa León XIII Pecci concede
indulgencia plenaria en la forma acostumbrada cualquier día de septiembre o del
día uno al ocho de octubre. Desde 1668, Clemente IX concedió a la Orden el
tercer domingo de septiembre como fiesta a la Virgen de los Dolores. El Papa
Pío VII la concede a la Iglesia metropolitana de Sevilla en 1807, y a toda la
Iglesia el dieciocho de septiembre de 1814, con rito mayor doble, en acción de
gracias porque el Emperador Napoleón permitió su regreso a Roma, adoptando la
misa y oficio de los servitas.
En la reforma
litúrgica de San Pío X, de 1914, con el fin de despejar el ciclo dominical, se
fijó el quince de septiembre, haciendo pareja con la del día anterior: la
Exaltación de la Santa Cruz. Contemplamos desde la perspectiva de la
glorificación los frutos de la Redención de la pareja salvadora, Cristo Nuevo
Adán y María Nueva Eva. En palabras de Pablo VI, es “ocasión propicia para
revivir un momento decisivo de la historia de la salvación y para venerar junto
con el Hijo exaltado en la Cruz a la Madre que comparte Su dolor”.
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