Día 1 de enero.
Dentro de la octava de navidad y el primer día del nuevo año, una conclusión y un comienzo. La Iglesia lo dedica a la Virgen como Madre de Dios, el más antiguo, venerable e importante de cuantos títulos teológicos se le otorgan.
La denominación actual de
esta fiesta pone claramente de manifiesto que se trata de una fiesta de Nuestra
Señora, y que tiene por objeto honrar su maternidad divina con la solemnidad
conveniente. Antes de cambiarse el título en 1969, se conocía la fiesta como la
"Circuncisión de nuestro Señor". También se conmemora esto, la
imposición del nombre de Jesús al niño de María pero el objeto principal de la
fiesta es la maternidad virginal de María contemplada a la luz de la navidad.
De hecho, la liturgia de
este día tuvo siempre un marcado carácter mariano, de manera que el cambio de
título sirve casi exclusivamente para explicar lo que estaba implícito en la
misa y en el oficio de la octava de navidad. Los historiadores de la liturgia
saben, desde hace mucho tiempo, que esta fiesta del 1 de enero es,
sorprendentemente, la celebración más antigua en honor de Nuestra Señora en la
liturgia romana. Las antífonas, que exaltan la maternidad divina de María,
están tomadas del oficio antiguo y han sido utilizadas durante varios siglos.
He aquí un bello ejemplo, tomado de Laudes:
La madre ha dado a luz al
rey, cuyo nombre es eterno; la que lo ha engendrado tiene al mismo tiempo el
gozo de la maternidad y la gloria de la virginidad: un prodigio tal no se ha
visto nunca, ni se verá de nuevo. Aleluya.
Los padres griegos
aplicaron a María el título Theotokos (portadora de Dios) ya
en el siglo III. Los concilios de Efeso y de Calcedonia defendieron este
título. En Occidente, María fue venerada de forma similar como Dei
Genitrix (Madre de Dios). En el antiguo canon romano es conmemorada
como la "siempre virgen madre de Jesucristo nuestro Señor y Dios".
La doctrina de la
maternidad divina no es sólo un dogma católico, sino que es una creencia que compartimos
con muchos cristianos de otras denominaciones. Y esto es importante, porque,
hablando en general, los protestantes tienen dificultades con la inmaculada
concepción e incluso con la asunción de María a los cielos. Aquí pisamos, al
menos, una base común, como dijo un portavoz de ellos: "Cuando dices que
María es la madre de Dios, lo has dicho todo" (XIII Conferencia Ecuménica de
Glenstal).
Además de su función como
"Portadora de Dios", está su maternidad espiritual respecto de la
humanidad. Como Eva fue la "madre de todos los hombres" en el orden
natural, María es madre de todos los hombres en el orden de la gracia. Al dar a
luz a su primogénito, parió también espiritualmente a aquellos que
pertenecerían a él, a los que serían incorporados a él y se convertirían así en
miembros suyos. El es el "primogénito entre muchos hermanos", la
Cabeza de la humanidad redimida, el representante de la humanidad que une todas
las cosas en él.
La fiesta del 1 de enero
no sólo es la fiesta mariana más antigua en la liturgia romana, sino que,
además, tiene importancia excepcional y merece la prominencia que se le ha
otorgado ahora. Efectivamente, el misterio de la maternidad divina es realmente
la verdad fundamental acerca de la virgen María.
En uno de los himnos latinos
a Nuestra Señora encontramos el verso Monstra te esse matrem, "Demuestra
que eres una verdadera madre para nosotros".
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