6 de septiembre
Buenaventura nació en la ciudad
de Forlí en torno al año 1410. Entrando en la Orden, se aplicó al estudio de la
teología y obtuvo el grado de maestro. En la predicación dio muestras de gran
valor y sabiduría. Ocupó numerosos cargos en la Orden, ejerciendo su servicio
con extrema prudencia. Llevó vida penitente, amó la soledad, promovió la
observancia regular. Murió en Údine el año 1491. Su cuerpo se conserva en la
iglesia de santa María de las Gracias de aquella ciudad. El papa Pío X confirmó
su culto en 1911.
Oficio de lectura
Admirable
por la eficacia de su predicación y por su sanidad
Buenaventura nació en Forlí hacia
el año 1410. Ingresó en la Orden de los Siervos de María en su ciudad natal,
terminado el noviciado en el año 1448, fue enviado a Venecia, en donde pasó
seis años entregado al estudio de las ciencias sagradas, obteniendo el grado de
maestro. En el convento de Venecia convivió probablemente con el beato
Bartolomé, hombre de gran santidad, que conjugaba en su persona el amor a la
soledad con el fervor de la predicación evangélica.
Buenaventura se dedicó
intensamente a la predicación. En efecto, consta por varios documentos que
predicó innumerables sermones, principalmente cuaresmales, en Venecia,
Florencia, Bolonia, Brescia y Perusa, con una asistencia masiva de fieles. Era
considerado como un imitador de san Pablo. Pues –como refiere fray Felipe
Albrizzi en su obra titulada Institución de la Congregación de los frailes
Observantes Siervos de santa María- era, como el Apóstol, “admirable por la
eficacia de su predicación y por su santidad”. Es digna de recuerdo su
predicción en Perusa, cuando una gravísima epidemia afligía la ciudad; con sus
palabras logró que los habitantes impetraran la ayuda de Dios con la oración y
la penitencia y que, además se esforzaran en socorrer a los pobres y enfermos.
Su fama de predicador creció de tal manera que el papa Sixto IV le dio
facultades para predicar en cualquier sitio como predicador apostólico.
Desempeñó varios cargos en la
Orden; por gestiones suyas pasaron a la Orden el convento de ForlimpópoliForlí
y, en 1488, el de santa María del Paraíso, en Clusone (Bérgamo).
En aquel entonces, movido por el
deseo de entregarse plenamente a la penitencia y la contemplación, Buenaventura
pidió permiso al papa Sixto IV para hacer vida eremítica. En el año 1483, el
sumo pontífice accedió a su petición, y le permitió retirarse a un lugar
solitario junto con seis compañeros. No sabemos el lugar preciso en donde se
retiró Buenaventura, pero, por algunos documentos del siglo XVII, puede
conjeturarse que pasó algún tiempo en el eremitorio de Monte Senario. Poco
después, obligado por la caridad o la obediencia, volvió a la vida conventual.
Nombrado prior de la provincia romañola, ejerció este cargo con gran prudencia
y promovió la observancia de la disciplina regular.
Fray Antonio Alabanti, prior
general, abrigó el propósito de restablecer en la Orden una disciplina más
rigurosa, para lo cual se valió del consejo y la ayuda de Buenaventura. Fue
también este hombre de Dios quien, al surgir serios descontentos entre la
Congregación de la Observancia y el prior general, trabajó por restablecer la
paz y la concordia. Al año siguiente, en el capítulo de la Congregación de la
Observancia, fue elegido vicario general, cargo en el que fue confirmado poco
después por el capítulo general de la Orden.
Algunos escritores de nuestra
Orden, quienes conocieron la beato Buenaventura, nos describen su amor a la
penitencia y a la soledad. Fray Felipe Albrizzi escribe: “Era muy bajo de
estatura y de constitución endeble, de mediana cultura. Era religioso de gran
santidad, llevaba una barba inculta; soportaba el calor del verano, el frío y
las heladas del invierno, sin que se le viera nunca calzado; tanto es así que
más de una vez salía sangre de sus pies agrietados. Vestía muy pobremente,
nunca comía carne ni bebía vino, dormía sobre el duro suelo o, a veces, sobre
unas tablas; practicaba en fin, todas las mortificaciones que él consideraba
necesarias para dominar su cuerpo. Con su oración alcanzó de Dios varios
milagros, incluso en vida”. Esto mismo, más o menos, es lo que escribió también
sobre él fray Gasparino Borro en elegantes versos.
El año 1491, cuando Buenaventura
se hallaba en Údine predicando los sermones cuaresmales en la iglesia catedral,
cayó enfermo a consecuencia de su avanzada edad y austeridad de vida, muriendo
el jueves santo de ese año.
Su cuerpo recibió sepultura en la
iglesia de santa María de las Gracias. Andrés Loredán, legado de la república
de Venecia en Údine, cayo gravemente enfermo y acudió a la intercesión del
beato Buenaventura. Una vez curado, cuando en el año 1509, terminado su
mandato, regresó a Venecia, en señal de gratitud hizo trasladar el cuerpo del
Beato a Venecia, a la iglesia de los Siervos de María.
El año 1911 la Sagrada
Congregación de Ritos ratificó el culto que ya desde tiempo inmemorial se
tributaba a Buenaventura. Después de varias vicisitudes, sus restos fueron
trasladados de nuevo, en 1968, a la iglesia de santa María de las Gracias de
Údine.
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