sábado, 17 de noviembre de 2018

CULTOS A NUESTRO PADRE JESUS DE LA DIVINA MISERICORDIA



Con motivo de la Solemnidad de Cristo Rey y a tenor de la Regla de Vida, nuestra Fraternidad dedicará fervorosos cultos al Señor de la Divina Misericordia durante los días  23 al 25 de noviembre:
Viernes, día 23 a las 19:00 horas.
Misa pro Difuntos
Preside y Predica el Rvdo. D. Sergio García Rojas.
Se aplicará por todos los hermanos y bienhechores fallecidos en especial por los de este año y en memoria del religioso servita Fray Antonio Moreno López.
Sábado, día 24. De 11 a 14 horas y de 18 a 20 horas




Solemne Besamanos
Domingo, día 25, a las 13 horas.
Solemne Celebración de la Eucaristía
Preside y Predica el Rvdo. Don José Ignacio Arias García
Solemne Besamanos de 11 a 13 horas



Conmemoración del Centenario de la Consagración de España al Sagrado Corazón.
La imagen del Señor de la Divina Misericordia vestirá en esta ocasión con los colores de la iconografía propia de blanco y con mantolín rojo que retomó de la del Sagrado Corazón de Jesús, nacida  en­tre 1673 y 1675 gracias a las vi­sio­nes de san­ta Mar­ga­ri­ta Ma­ría de Alacoque y que   el papa Pío IX la hizo ex­ten­si­va a toda la Igle­sia. 

 El 30 de mayo de 2019 se conmemoran los cien años en el que el rey Alfonso XIII consagró España al Sagrado Corazón, devoción que durante la persecución religiosa contra los católicos españoles - cerca de diez mil martirizados- ayudó a mantener su fe.

Nuestra Fraternidad se une a los numerosos actos que la Iglesia Española vendrá celebrando durante los meses de noviembre 2018/19. La advocación de la Divina Misericordia puede parecer re­la­ti­va­men­te re­cien­te en la devoción de los fieles y en  ca­len­da­rio li­túr­gi­co de la Iglesia, pero ha co­bra­do un enor­me arrai­go po­pu­lar pues se sustenta en la del Sagrado Corazón de Jesús.

En ambas advocaciones y devociones celebramos el amor de Dios por la humanidad a la que ha redimido.  En la ca­no­ni­za­ción de San­ta Faus­ti­na Ko­wals­ka, San Juan Pa­blo II nos de­cía: “Con­tem­plar so­bre todo la he­ri­da de su Co­ra­zón, fuen­te de la que bro­ta la gran ola de mi­se­ri­cor­dia que se de­rra­ma so­bre la hu­ma­ni­dad. La mi­se­ri­cor­dia di­vi­na lle­ga a los hom­bres a tra­vés del Co­ra­zón de Cris­to cru­ci­fi­ca­do”. Sí, del Co­ra­zón abier­to de Je­sús, bro­tan la San­gre y el Agua, que son los dos ra­yos que mues­tra la ima­gen del Co­ra­zón Mi­se­ri­cor­dio­so de Cris­to re­ve­la­do a San­ta Faus­ti­na Ko­wals­ka.



El Papa Fran­cis­co nos si­gue in­vi­tan­do a aco­ger­nos al Co­ra­zón de Je­sús, para com­pren­der de ver­dad lo que sig­ni­fi­ca la mi­se­ri­cor­dia de Dios. En pa­la­bras del Papa Fran­cis­co, el Co­ra­zón de Je­sús “no es sólo el co­ra­zón que tie­ne mi­se­ri­cor­dia de no­so­tros, sino la mi­se­ri­cor­dia mis­ma. Ahí res­plan­de­ce el amor del Pa­dre; ahí me sien­to se­gu­ro de ser aco­gi­do y com­pren­di­do como soy; ahí, con to­das mis li­mi­ta­cio­nes y mis pe­ca­dos, sa­bo­reo la cer­te­za de ser ele­gi­do y ama­do. Al mi­rar a ese co­ra­zón, re­nue­vo el pri­mer amor: el re­cuer­do de cuan­do el Se­ñor tocó mi alma y me lla­mó a se­guir­lo, la ale­gría de ha­ber echa­do las re­des de la vida con­fian­do en su pa­la­bra (cf. Lc 5,5). El co­ra­zón del Buen Pas­tor nos dice que su amor no tie­ne lí­mi­tes, no se can­sa y nun­ca se da por ven­ci­do. En él ve­mos su con­ti­nua en­tre­ga sin al­gún con­fín; en él en­con­tra­mos la fuen­te del amor dul­ce y fiel, que deja li­bre y nos hace li­bres; en él vol­ve­mos cada vez a des­cu­brir que Je­sús nos ama «has­ta el ex­tre­mo» (Jn 13,1); no se de­tie­ne an­tes, va has­ta el fi­nal, sin im­po­ner­se nun­ca. El co­ra­zón del Buen Pas­tor está in­cli­na­do ha­cia no­so­tros, «po­la­ri­za­do» es­pe­cial­men­te en el que está le­jano; allí apun­ta te­naz­men­te la agu­ja de su brú­ju­la, allí re­ve­la la de­bi­li­dad de un amor par­ti­cu­lar, por­que desea lle­gar a to­dos y no per­der a na­die”. (Fran­cis­co, Ho­mi­lía en el Ju­bi­leo de los Sa­cer­do­tes, 3 de Ju­nio de 2016).

Ese mis­mo pen­sar, es­ta­ba re­co­gi­do ya por San Juan Pa­blo II en su en­cí­cli­ca “Di­ves in Mi­se­ri­cor­dia”: “Creer en el Hijo cru­ci­fi­ca­do sig­ni­fi­ca creer que el amor está pre­sen­te en el mun­do y que este amor es más fuer­te que toda cla­se de mal, en que el hom­bre, la hu­ma­ni­dad, el mun­do es­tán me­ti­dos. Creer en ese amor sig­ni­fi­ca creer en la mi­se­ri­cor­dia pues es ésta la di­men­sión in­dis­pen­sa­ble del amor de Su Co­ra­zón”.



Cuan­do San Juan Pa­blo II con­sa­gró e inau­gu­ró la Ba­sí­li­ca de la Di­vi­na Mi­se­ri­cor­dia en Cra­co­via nos mos­tra­ba la ur­gen­cia de la re­cep­ción del don de la mi­se­ri­cor­dia di­vi­na por par­te de toda la hu­ma­ni­dad: “Ha lle­ga­do la hora de ha­cer lle­gar el men­sa­je del Co­ra­zón Mi­se­ri­cor­dio­so a to­dos, es­pe­cial­men­te a aque­llos cuya hu­ma­ni­dad y dig­ni­dad pa­re­cen per­der­se en el mis­te­rio de la iniqui­dad. Ha lle­ga­do la hora en que el men­sa­je de Di­vi­na Mi­se­ri­cor­dia de­rra­me en los co­ra­zo­nes y se con­vier­ta en chis­pa de una nue­va ci­vi­li­za­ción: de la ci­vi­li­za­ción del amor”.

Nuestra Fraternidad invita a todos a vi­vir y hacer presente en nuestra sociedad el corazón misericordioso de Dios, hacer presente su Reino.

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