jueves, 24 de octubre de 2013

SANTOS SERVITAS: BEATO JUAN ANGEL PORRO

25 de octubre


BEATO JUAN ÁNGEL PORRO, SACERDOTE O.S.M.
           Juan Ángel Porro nació en el ducado de Milán el año 1451. Ingresó en la Orden y vivió primero en el convento milanés de santa María; más tarde, fue trasladado a Florencia. Se retiró a Monte Senario, permaneciendo allí casi veinte años, para dedicarse por completo a la penitencia y a la contemplación. Finalmente regresó a Milán, en donde se ocupó de manera especial de la cristiana educación de los niños. Murió el 23 de octubre de 1505. El papa Clemente XII lo proclamó Beato en 17

Del Oficio de Lecturas
         Modelo de vida en la contemplación y en el conocimiento de Dios
        Juan Ángel nació en el ducado de Milán el año 1451. Era hijo de Protasio Porro y Francisca de Guanzate, muy buenos cristianos, y cuya familia era originaria de Barlassina, cerca de Seveso.
El año 1468, Juan Ángel vistió el hábito de los Siervos de María, y vivió unos cinco años en el convento de santa María, en Milán, Más tarde, según algunos escritores de la Orden, se retiró por un tiempo a la soledad en la región de Cavacurta, a la orilla derecha del río Adda, para entregarse a la contemplación y a la penitencia.
         El año 1474 fue enviado a Florencia, al convento de la Anunciación. Allí se dedicó de manera especial a la observancia regular, y allí probablemente hizo los estudios requeridos y fue ordenado presbítero. Durante este periodo, Juan Ángel concibió el propósito de retirarse a la soledad para dedicarse únicamente a Dios. Subió, pues, al eremitorio de Monte Senario, donde a principios del siglo XV algunos frailes con su trabajo y su fervor habían restaurado la observancia primitiva y llevaban una vida solitaria.
Este tipo de permanencia en Monte Senario fue de gran trascendencia para la vida y el progreso espiritual del beato Juan Ángel; tanto es así que le llamaban a veces “Juan del Monte” y cuando, por razón de enfermedad o de obediencia tenía que abandonar Monte Senario, allí regresaba en cuanto podía.
         El año 1484 fue llamado al convento de Florencia por fray Antonio Alabanti, prior de aquel lugar, para desempeñar el cargo de maestro de novicios, para los que había escrito, según se cree, unos “saludables consejos”. Tres años después, con el beneplácito de los ermitaños, fray Antonio Alabanti, que entre tanto había sido elegido prior general, lo nombró rector del eremitorio de Monte Senario, cargo que ejerció sabia y santamente. El prior general, que tenía en gran aprecio la prudencia y santidad de Juan Ángel, recurrió también el más de una vez para la dirección del eremitorio de Chianti.
        Al morir fray Antonio Alabanti, Juan Ángel volvió a Milán, hacia el año 1495, y parece que fue elegido prior de aquel convento. También en medio del torbellino de aquella gran ciudad se esforzó en cultivar la soledad, que tanto amaba, pues, como cuenta fray Felipe Ferrari, su biógrafo, “vivía en una celda… algo separada de los demás”. En este período destaca un aspecto singular de su vida: la dedicación a la catequesis de los niños; en efecto, en la obra de Hipólito Porro titulada Orígenes y desarrollo de la doctrina cristiana en Milán leemos: “todos los días festivos, a pesar de su cargo de prior, reunía en la entrada de la iglesia o por las calles, a los niños y los instruía en la doctrina cristiana”. Así lo atestigua un bajorrelieve de mármol de mediados del siglo XVI, que representa al beato Juan ángel adoctrinando a los niños en la iglesia.
        Juan Ángel murió santamente el día 23 de octubre del año 105, en el convento de Milán, llorando por los frailes y por el pueblo. 
       En el beato Juan Ángel encontramos el modelo y ejemplo de una vida centrada en la contemplación y en el conocimiento de Dios, que constituye un valor permanente para nuestra Orden. Tuvo, en efecto, un gran amor a la oración y al silencio. Por eso buscaba siempre la soledad, evitando las conversaciones inútiles, para dedicarse de modo exclusivo al trato e intimidad con Dios. Con frecuencia, sin embargo la caridad para con sus hermanos prevalecía sobre su amor a la soledad. Amó mucho a nuestra Orden y a cada uno de sus miembros, por quienes tuvo siempre una fraternal solicitud. Aunque era delicado de constitución se mortificaba continuamente. Practicó de modo admirable la pobreza y la sencillez de vida. Tuvo una gran veneración a nuestra Señora y compuso en su honor una oración que rezaba cada día ante su imagen.
        Fue beatificado por el papa Clemente XII en el año 1737. Su cuerpo, casi incorrupto, se guarda con gran veneración en la iglesia de san Carlos, llamada en otro tiempo de santa María de los Siervos. Existe una antigua y piadosa tradición según la cual los niños enfermos son llevados al sepulcro del beato Juan Ángel para ser curados por su intercesión.


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