Pero, cuando llegó la plenitud de los tiempos, Dios envió a su Hijo, que nació de mujer y fue sometido a la ley, con el fin de rescatar a los que estaban bajo la Ley, para que así recibiéramos nuestros derechos como hijos (Gal. 4, 4-5).
Con el deseo de que la celebración de la Navidad descubra a nuestros ojos, como a la de aquellos pastores, lo extraordinario. Porque en la aparente invisibilidad del señorío de Dios, está la dignidad de su pobreza y la pobreza en su grandeza. Sólo, con un corazón sobrecogido por el misterio, podemos ver el prodigio que está contenido en un mísero establo. Nunca, tanta riqueza, se hizo tan gran mendigo para solicitar del hombre eso: cariño, amor, ternura, asombro y respeto.
La Fraternidad Seglar Servita de Carmona
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