lunes, 22 de agosto de 2016

FESTIVIDAD LITÚRGICA DE SAN FELIPE BENICIO (1233- 1285 p. C.)




             La figura de San Felipe quizás sea la más ilustre al ser considerado como el más ardiente propagador de la Orden y de su espiritualidad.

Nació en Florencia el 15 de agosto de 1233, fecha en el que toma origen la unión de nuestros siete santos Padres. Pertenecía a las nobles familias Benizi y Frescobaldi de Florencia.

 

            A los trece años, fue enviado a París a estudiar medicina. De París pasó a Padua, donde a los diecinueve años obtuvo el grado de doctor en medicina y filosofía. A su vuelta a Florencia, empezó a deliberar acerca de su futuro.      Durante un año se dedicó al ejercicio de su profesión y empleaba el tiempo libre en el estudio de la Sagrada Escritura y de los Padres. También oraba frecuentemente ante un crucifijo de la iglesia abacial de Fiésole y ante una imagen de la Anunciación en la capilla de los servitas de Caraffaggio, en las afueras de Florencia, para obtener la luz del cielo sobre su vocación.

 

            Los servitas tenían su principal convento en Monte Senario, a diez kilómetros de Florencia, donde vivían en celdas muy pequeñas, al estilo de los ermitaños camaldulenses, tenían todas sus propiedades en común, y profesaban obediencia a San Bonfilio Monaldi. El jueves de Pascua de 1254, Felipe se hallaba orando en Fiésole, cuando le pareció oír que el crucifijo le decía: “Ve a la colina en que habitan los siervos de mi Madre; así cumplirás la voluntad de mi Padre”. Reflexionando sobre esas palabras, Felipe asistió a la misa en la capilla de Caraffaggio. La frase que el Espíritu Santo inspiró al diácono Felipe citada en la epístola del día le impresionó profundamente: “Ve y acércate a ese carruaje”. Felipe vio en esas palabras dirigidas a su homónimo una invitación a ponerse bajo la protección de la Santísima Virgen en la Orden de los Servitas.




            Felipe pidió la admisión en Monte Senario y recibió de manos de San Bonfilio el hábito de hermano lego. Al ingresar en la orden, declaró: “Quiero ser el siervo de los siervos de María”. Los superiores le dedicaron a trabajar en el huerto y a pedir limosna y le emplearon también en los más duros trabajos del campo. El santo se entregó a ello en cuerpo y alma.

            En 1258 fue enviado al convento de Siena. En el camino intervino brillantemente en una discusión sobre ciertos puntos controvertidos; las gentes que se hallaban presentes, entre las que se contaban dos frailes dominicos y el hermano Víctor, que acompañaban al santo, quedaron atónitas de su sabiduría. Pronto llegó la cosa a oídos del prior general, quien examinó a fondo a Felipe, le mandó que recibiese la ordenación sacerdotal y, ante aquel mandato formal, ya no pudo resistirse.

            En 1262, fue nombrado maestro de novicios del convento de Siena y vicario asistente del prior general. En 1267, se reunió en Caraffaggio el capítulo general de la orden; San Maneto renunció entonces al cargo de prior general y Felipe fue elegido unánimemente para sustiuirle a pesar de sus protestas.

            San Felipe codificó las regla y constituciones de la orden, y el capítulo general de Pistoia aprobó su trabajo en 1268. En esa ocasión, el santo quería renunciar a su cargo pero se decidió a permanecer en su puesto hasta que sus hermanos eligiesen a otro para sustituirle Nunca se encontró al sustituto y el santo fue así prior general hasta el fin de su vida.

            A la muerte de Clemente IV, corrió el rumor de que el cardenal Ottobuon protector de los servitas, había propuesto a San Felipe para suceder al Sumo Pontífice y que la proposición había sido bien acogida. En cuanto la noticia llegó a sus oídos, huyó a una cueva de las montañas de Radicofani;

            En 1274, Gregorio X le llamó al segundo concilio de Lyon. Felipe impresionó profundamente a la asamblea, y los presentes le atribuyeron el don de lenguas; sin embargo, toda su fama no fue suficiente para obtener la aprobación pontificia para la Orden de los Siervos de María.

            En 1279, el Papa Nicolás III dio facultades especiales al cardenal latino para que tratase de negociar la paz entre los güelfos (partidarios del Papa) y los gibelinos (partidarios del emperador) que formaban dos bandos irreconciliables. Este pidió ayuda a San Felipe Benizi, que obró verdaderos milagros en la pacificación de enemigos que estaban a punto de lanzarse los unos sobre los otros en Pistoia y otras ciudades. En Forli, donde los sediciosos le habían insultado y golpeado al principio, acabó por obtener éxito. Peregrino Laziosi, el cabecilla de los rebeldes que había dado la orden de golpear a San Felipe, se postró a sus pies a pedirle perdón; la conversión de Laziosi fue tan sincera, que el santo le recibió en la orden de los servitas, en Siena, en 1283, y Benedicto XIV le canonizó en 1726.

            En 1284, San Alejo Falconieri puso bajo la dirección de San Felipe Benizi a su sobrina Santa Juliana, la cual fundó la tercera orden de las Siervas de María. El santo se encargó también de enviar a los primeros misioneros servitas al oriente; algunos de ellos llegaron hasta la Tartaria y derramaron ahí su sangre por Cristo.


Cuando comprendió que se acercaba la hora de su muerte, en el año 1285, San Felipe decidió ir a visitar al nuevo Papa Honorio IV, quien se hallaba en Perugia. El santo reunió en Florencia un capítulo general en el que anunció su próxima muerte y dejó el gobierno de la congregación en manos del P. Lotaringo. Antes de partir, dijo a sus hermanos: “¡Amaos los unos a los otros! ¡Amaos los unos a los otros! ¡Amaos los unos a los otros!” Después se retiró al convento más pequeño y más pobre de la orden, en Todi, donde la población le recibió en triunfo. En cuanto pudo apartarse de la multitud, fue a postrarse ante el altar de Nuestra Señora y afirmó con gran convicción: “Este es el sitio de mi descanso. El día de la Asunción pronunció un sermón conmovedor sobre las glorias de María. A las tres de la tarde de ese mismo día, cayó gravemente enfermo. Inmediatamente reunió a toda la comunidad y habló de nuevo sobre la caridad fraterna: “Amaos los unos a los otros, trataos con reverencia y soportaos con paciencia”. Una semana después, entró en agonía. Tras de pedir que le diesen su “libro”, que era el crucifijo, el santo lo contempló con gran devoción y falleció a la hora del “Angelus” vespertino. Su canonización tuvo lugar en 1761. Su fiesta fue extendida a toda la Iglesia occidental en 1694.

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